jueves, 10 de julio de 2008

Publicado en el punto de las artes . Madrid 11 al 17 de abril 2008

Juan Fuster. Cruzar

CARLOS DELGADO

La pintura ha sido, seguramente, el medio artístico más discutido y cuestionado: las tesis que desde el fin de la modernidad anunciaban su muerte terminaron por agudizar su crisis como lenguaje hasta convertir su decadencia en crónica. Tras las experiencias de la abstracción post-pictórica y determinados experimentos pop se tubo la sensación de que ya se había pintado el último cuadro: acusado desde entonces de haberse convertido en un lenguaje sobreutilizado, los artistas que en las últimas décadas han planteado nuevos modos de análisis para la pintura, han tenido que jugar con la herencia envenenada del período heroico de las vanguardias y la búsqueda de una nueva libertad formal y conceptual.
Juan Fuster ha sabido extraer de la orientación más radical de la abstracción, la geométrica, un temblor expresivo. La utilización del collage dinamiza la relación de estos agentes modulares, creando espacios, sombras y complejas conexiones: estas últimas vienen subrayadas o negadas a través del color, cuya aplicación no encuentra un registro único: desde la asepsia minimal hasta el gesto azaroso, desde el sometimiento a lo regular hasta la apertura de la mancha, estos campos de color conforman una máscara que oculta la verdadera identidad regular de los recortes de cartón pluma que se superponen sobre la tabla.
Juan Fuster pinta con todos estos elementos. Digo pinta y no construye porque el resultado nos muestra a un artista con un profundo conocimiento de los mecanismos de la pintura, de sus procesos y conflictos. Los modos compositivos nos hacen pensar en un neoplasticismo pervertido por la diagonal, o en períodos concretos del arte de Malevich, Popota, El Lissitzky o Nikolai Suetin, si bien ahora la mancha quebrada interfiere en la limpieza de los planos que construyen la composición. La expresión racional y objetivista es atravesada por un elemento nuevo, de apariencia azarosa, como es la mancha; aunque puede que sea azaroso su contorno, generado por un brochado rápido, pero seguramente no lo sea tanto su disposición sobre el cuadro, pues cada elemento de la obra de Juan Fuster busca la integración de todas las aristas del discurso en una composición coherente.

CRÍTICA DE ARTE
Juan Fuster
16.04.08 -
PEDRO ALBERTO CRUZ
CONSEJERO DE CULTURA


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Lugar de exposición: Sala Luis Garay. Título: Cruzar. Pinturas. Hasta el 25 de abril.
El ejercicio mecánico, consustancial al arte -en cuanto su resultado es la obra- y causa de su consideración de oficio en otras épocas, se vio cuestionado desde los orígenes de la modernidad y rechazado por los conceptualistas puros (nuestro paisano Valcárcel Medina afirma que la obra es el principal enemigo del artista); incluso, para algunos la dependencia de la técnica es una traba, un obstáculo a la libre manifestación de la creatividad, y la enmascaran con la torpeza en la factura y la carga expresiva: ficción y, en última instancia, engaño plural.Pero, por otro lado, otros autores convierten sus obras en auténticas construcciones, en laboriosa tarea que, alejada del referente de la realidad al uso, presentan como una visión de su realidad interna, hecha visible con la acumulación de materia y materiales, combinados o amalgamados, o la reducción al mínimo de los elementos compositivos.Desde una posición que se acerca a lo desarrollado en el último párrafo, Juan Fuster plantea su obra mediante agregaciones de formas recortadas -y coloreadas- al color de una superficie que tiende a la simplificación cromática y la división en planos, aunque sin renunciar por ello en partes mínimas a la mancha con vocación de veladura. Recortes de cartón pluma que se cruzan en ritmos organizados, construyendo estructuras viso/táctiles atractivas, aún cuando la complejidad de alguna pueda inducir a lo contrario.Los recuerdos del pasado, en una combinación personal efectiva, son patentes en las obras y el autor en ningún momento trata de presentarlos como novedades. Lo que sí muestran es un discurso propio, que no rechaza la materialidad y, sin embargo, no cae en la trampa de la excesiva dependencia ni se deja arrastrar por el desprecio a ésta; al igual que, en la utilización de lenguajes supuestamente contrarios, la armonía se ofrece como cualidad que emana de su personalidad, envuelve al cuadro y se transmite al espectador.